Leer en voz alta los seminarios de Lacan para escuchar sus
proposiciones, difiere, a mi entender, de leer los seminarios a modo de libro
para leer sus conceptualizaciones. . . ¡escuchemos!
En 1974 se presenta en dos emisiones para la televisión
pública francesa, la ORTF, una charla-entrevista a Lacan (en voz de J. A. Miller)
titulada “Psychanalyse”. Fue emitida por
iniciativa del Servicio de Investigaciones de la Radio y Televisión Francesa y
establecida textualmente bajo el titulo “Televisión”.
A continuación del video transcribimos un
fragmento del texto establecido en su edición impresa por la Editorial Anagrama
en su tercera edición y que vale como el inicio de esta charla del que ésta versión del video no da cuneta.
Luis M. Lascano
luis.m.lascano@gmail.com
-Jacques Lacan: -Yo digo siempre la verdad: no toda,
porque de decirla
toda, no somos capaces. Decirla toda es materialmente
imposible: faltan las palabras. Precisamente por este
imposible,
la verdad aspira a lo real.
He de confesar mi intento de responder a la presente
comedia y que eso estaba bueno para la canasta.
error, o para decirlo mejor, con un vagabundaje
[errement].
Este, por ser de ocasión, sin demasiada importancia.
¿Pero cuál en primer lugar?
El vagabundaje consiste en esta idea de hablar para que
los idiotas me comprendan.
La idea que naturalmente me conmueve tan poco, que
debió serme sugerida. Por la amistad. Peligro.
Ya que no hay diferencia entre la televisión y el público
ante el cual hablo desde hace mucho tiempo, eso que
llaman
mi seminario. Una mirada en los dos casos: a quien no me
dirijo en ninguno, más que en nombre de lo que hablo.
Que no se piense sin embargo que hablo para nadie.
Hablo para aquellos que saben, a los no idiotas, a
analistas
supuestos.
La experiencia prueba, aun ateniéndose al tropel, prueba
que lo que digo interesa a mucha más gente que a aquellos
que con alguna razón supongo analistas. De tal suerte,
¿por
qué hablaría yo aquí con tono distinto al de mi
seminario?
Aparte que no es inverosímil que suponga también
analistas que me oyen.
Iré más lejos: no espero nada más de los analistas
supuestos,
sino ser ese objeto gracias al cual lo que enseño no
es un autoanálisis. Sin duda, en este punto, no hay más
que
ellos, de aquellos que me escuchan, que seré oído. Pero
aun,
de no oír nada, un analista tiene ese papel que acabo de
formular. Y la televisión lo tiene desde entonces como
él.
Agrego que esos analistas que sólo lo son por ser
objeto —objeto del analizante—; ocurre que me dirijo a
ellos, no que les hable, sino que hablo de ellos: no
fuera más
que para turbarlos. ¿Quién sabe? Ello puede tener efectos
de
sugestión.
¿Se podrá creer? Hay un caso en que la sugestión no
puede nada: aquel en que el analista recibe su falla del
otro,
de quien lo condujo hasta «el pase» como digo yo, el de
ponerse en analista.
Felices los casos en que pase ficticio por formación
incompleta:
autorizan la
esperanza.
J. A. Miller: —Me parece, estimado doctor, que no estoy
aquí para
rivalizar en ingenio con usted..., sino solamente para
dar
lugar a su réplica. De tal modo, no obtendrá de mí sino
las
preguntas más ligeras —elementales, incluso vulgares. Ahí
va: «El inconsciente, ¡vaya palabra!».
J. Lacan: —El mismo Freud no encontró mejor, y no hay que
redundar
en ello. Esa palabra tiene el inconveniente de ser
negativa, lo que permite suponer cualquier cosa en el
mundo, sin considerar el resto. ¿Por qué no? Para cosa
inadvertida, el nombre de «en todas partes» conviene
tanto
como el de «en ninguna parte».
Es sin embargo cosa bastante precisa.
Sólo hay inconsciente en el ser parlante…
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