“Ni el crimen ni el criminal son objetos que
se puedan concebir fuera de su referencia sociológica."
Jacques Lacan.
La desigualdad, la
injusticia, y las necesidades sin posibilidad de satisfacer por parte del gobierno
de turno, incitan la aparición de emociones parecidas al resentimiento y al
rencor por parte de los pobladores de zonas vulnerables de la ciudad, además crea
la necesidad de buscar reemplazar las funciones del Gobierno por sus propios
medios [1]
Aparece entonces, como
expresión social, “el muchacho” encargado de cuidar la casa y el negocio, este “muchacho”
legitimado por la comunidad, se convierte en la mínima parte de un instrumento
que involucra a toda la comunidad y a su familia. Instrumento ilegal que logra
dar soporte y vehiculizar el “progreso” de los barrios marginales. El grupo
delincuencial.
Este “muchacho” es el encargado de llevar el alimento a una casa con las necesidades básicas insatisfechas, abandonada por el gobierno; por esta falta, la familia recibe lo que éste muchacho lleva, convirtiéndose automáticamente en cómplice del delito cometido para satisfacer dicha necesidad.
Esta complicidad legitima el
nuevo trabajo de su hijo, le asegura una vida como delincuente, le desea lo
mejor y le dice “que Dios te bendiga”…
es legitimado por sus padres, es decir, es
nombrado para ser delincuente, con la seguridad de que éste hará lo mejor
para que sus padres se sientan orgullosos, lo complicado es hablar de un
trabajo en la economía ilegal.
Este sujeto cumple la
función de vigilar su barrio y proveedor del hogar (mal proveedor), sus padres
son cómplices de los delitos cometidos en el sentido de reconocerlo en su
función; y el comercio, a pesar de su queja, exige la presencia de “muchachos”
en los barrios, dado que éstos, con sus intervenciones, son más eficientes y
eficaces en la consecución de seguridad, por paradójico que parezca, tienen
éxito a corto plazo y con resultados esperados. Cuando la autoridad llega a
tomar el control de los sectores, empieza a funcionar la burocracia y el
papeleo para problemáticas minúsculas que no permite la evolución de la justicia.
Por otro lado, este
personaje, que trae la seguridad para el barrio, “el muchacho”, se convierte en
héroe digno de admiración, los jóvenes lo toman como referencia y como objeto
de deseo, los adultos le agradecen por su presencia y su sacrificio, éste
“sacrifica” su vida por el beneficio de la comunidad…
Entonces, cómo aparece este
fenómeno, cuál es su lógica, cómo se vuelve normalidad en los barrios. Debemos
recordar un poco la historia; los barrios en las periferias de la ciudad de
Medellín tienen en común la invasión paulatina de pobladores, algunas veces
desplazados por la violencia y otras, simplemente aprovechando la ganga de venta
ilegal de terrenos públicos.
Llegan con cartón y latas para
armar casas artesanales, las famosas “chozas” donde meten en promedio 5
personas en un espacio invivible.
Este camino lo recorren
muchas familias durante un tiempo de falsa bonanza, buscando un futuro mejor,
creyendo, como todos, que el éxito y la estabilidad lo da una casa de techo
propia, viven sin las mínimas necesidades básicas, se cuelgan de los cables de
luz para poder ver dentro de ellas, y el agua la obtienen al romper los tubos para
formar toda una red de acueducto ilegal, entonces se ve bajar por las montañas
una telaraña negra de tubos de pvc que llevan hasta dentro de la casa el
preciado liquido.
Estas poblaciones carecen de
todo beneficio del gobierno, no son legítimos, los servicios de salud,
educación, vivienda digna y por su puesto de seguridad no hacen presencia, se
convierte, entonces, en un caldo de cultivo para esa economía ilegal que
reemplaza al gobierno, a su ritmo y a su modo. Con esto se crea sentimientos de
frustración y resentimiento, sentimiento de envidia y rabia en los pobladores
ilegales hacia el gobierno, pero también sentimientos encontrados hacia estos
grupos ilegales, se les quiere, se les respeta y se les anhela, pero también se
les teme por sus actuaciones. Esta historia se repite en distintos sectores de la
ciudad y por tiempos diferentes.
Este nuevo gobierno ilegal,
como el Gobierno real, crea programas de trabajo y abre cupos para todos los
que deseen, o no, participar, por ejemplo: recluta a los más pequeños para
hacer las funciones de “carritos”, esos niños que avisan o cargan cositas,
escondidos en la inocencia de su edad avisan cuando la autoridad llega o cargan
armas y drogas sin la preocupación de ser sospechosos. Los mas grandecitos,
pero no mayores de edad, entran a los programas de formación de sicariato,
estos hacen el trabajo sucio dado que si son capturados el gobierno no puede
judicializarlos por su edad; cuando cumplen la mayoría de edad y siguen vivos y
completos, estos personajes, que hace años eran campesinos o ciudadanos
simplemente pobres, hoy ya tendrán la experiencia necesaria para ascender de
rango dentro de estos grupos.
Pero qué fenómeno
psicológico hay detrás: los grupos ilegales -bandas y combos- se convierten
para el sujeto (“el muchacho”) en su familia, así se nombran, como “el cucho” o
“el papá” y “los hermanos”, esta nueva familia le da la posibilidad de existir.
Lo esperado es que el Padre
dé al sujeto la capacidad para generar una identidad propia y la seguridad
personal para enfrentarse al mundo como sujeto independiente, esta función no
es cumplida por las familias de estos jóvenes quienes salen a las calles a
buscar la “norma” y la “ley” en el Estado, como Padre mayor, pero no lo encuentra dado que éste está
ausente en estas comunidades, lo presente es el grupo ilegal, encuentran la
función del Padre en los combos, representados en “el cucho” -jefe del grupo
ilegal- la función del Padre es reemplazada por el líder de la banda que le da
la existencia, lo nombra, así sea para matar, lo importante es ser nombrado y
existir para alguien o para algo.
En resume, la lógica de la
aparición de la violencia en los barrios de estratos bajos, se inicia con la no presencia del Gobierno reemplazado por
grupos ilegales, creados y/o apoyados por la propia comunidad y la familia,
quienes aportan sus miembros para hacer su trabajo o su parte en la formación
de esa comunidad ilegal, pero ¿cómo detener esta problemática social?, este
síntoma que involucra numerosos elementos, un síntoma social que ha venido
creciendo y convirtiéndose en la principal problemática de nuestra sociedad.
Se escucha con facilidad
apuntar a la subjetividad, a la siempre posibilidad de elegir por parte del
sujeto, pero haciendo un pequeño recorrido sobre las problemáticas sociales y
familiares, me cuestiono sobre lo contingente, o mejor, lo contaminado que esa
decisión está.
Las dificultades en estas
zonas marginadas en ciudades como Medellín, Buenos Aires o México DF,
dificultades muchas veces inimaginables como la falta de retretes o hasta de
comida, hacen que salidas por la puerta de la violencia o el narcotráfico se
conviertan en opciones reales y muchas veces anheladas.
Sigmund Freud
JULIAN
CEBALLOS GALVIS
Psicólogo.
Maestrando
en Psicoanálisis, UBA
[1]
Artículo
de opinión, basado en la experiencia subjetiva que me brindo mi trabajo como
psicólogo del Programa Paz y Reconciliación, ciudad de Medellín.
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