viernes, 16 de mayo de 2014

La función del acompañante...Un lugar en la asamblea parlante

“Debemos hacernos merecedores de que nos hablen y nos cuenten. Deberemos salir y destacarnos de esa “Asamblea de los Parlantes”(…) para convertirnos en aquel que puede alojar un decir extranjero e impropio” (Leibson L., 2013, Pág. 65)

Las preguntas sobre la función del acompañante, qué es acompañar, cómo hacer ahí con ese lugar al que somos convocados, teniendo para esto que dilucidar la demanda que aloja ese pedido; son cuestionamientos entre los cuales se va entretejiendo un hacer ahí, que se da, emerge, tras lo cual ha sido crucial el poder hacer también clínica de éste. Particularmente desde pensar el acompañamiento como una función, preguntarnos sobre ésta en tanto somos convocados como acompañantes de un sujeto “loco”, delirante en sus dichos, a los que apostamos a escuchar un decir. Si es necesario, previamente al encuentro con el paciente delimitar esta función, de acompañante diferenciándola de la de analista, cuestionamiento que surgió en un espacio de discusión de material clínico, en relación a la intervención que hacía el psiquiatra, los lineamientos que éste daba para una internación, que no eran acordes al modo en que intentábamos alojar, como acompañante, eso que le acontecía, interviniendo para llevar a la internación vía una decisión del paciente, alojada en su decir.

Respecto a esta última pregunta, me surge la respuesta como en ese mismo momento de discusión, casi de instinto, sosteniendo que no es posible delimitar y diferenciar una función previo al encuentro, imposibilidad en relación a que esto no va a permitir una suerte de delimitación del espacio de intervención y por ende un saber hacer desde este marco, y si lo permitiera, justamente ya estamos fuera de la función, y de escuchar ese decir. Creo que solo así podemos alojar la singularidad de cada encuentro, y no ir a operar con la psicosis, sino con ese decir loco que nos convoca a un diálogo, diferente, pero un diálogo…de locos.

Como señalé al pasar, estas reflexiones se enmarcan en la experiencia de acompañamiento de un paciente, con quien estuve por casi dos años. En un primer momento, recuerdo que el pedido era del orden del saber, él exigiendo que le aportáramos, que la compañía, en este sentido, era delimitada como activamente otorgadora de conocimiento, ubicándonos desde este lugar, estando muy atento a lo que cada quien le entregaba. Digo estando dado que, en el recorrido de nuestros encuentros, fui siendo testigo de como, en su decir, se le iba diluyendo el poder especificar lo que cada una de las acompañantes le aportaba, ubicando en un momento, de bastante crisis y en el que estaba muy angustiado por un delirio persecutorio, que él no necesitaba saber, que ya sabía, lo que necesitaba ahora era compañía…Que se alojara ese decir, lo que no ocurre al ser catalogado como loco, en el sentido deficitario del término, pues ahí más bien lo anulamos, bajo la premisa de irreal, de que de lo que se aqueja no le acontece, con la fantasía de que esa “verdad/realidad” debiera desvanecer la angustia.

En esos puntos es en donde me fui encontrando con este cuestionamiento, qué es en la práctica el escuchar el delirio, cómo alojarlo, cómo confrontarlo, en definitiva, cómo acompañarlo. Y ahí es donde me parece, hay una respuesta que es más bien para seguir pensando, justamente en la importancia de poder acompañarlo, jugando y extrapolando quizás la función de acompañante terapéutico en este sentido, en que frente a un decir extranjero, no lo invalidamos como irreal si somos capaces de acompañarlo.

En esta línea me resuena lo planteado por Allouch (1986), cuando señala que en la locura, es posible intervenir cuando, “dirigiéndose a nosotros como a un semejante, como a un codelirante potencial, el psicótico espera de nosotros una confirmación de la experiencia que él sufre y de la que se hace para nosotros el testigo (…) el no está sin saber e incluso sin tener razón en su saber. Nada obtendremos de él si le rechazamos eso” (Pág. 52). Tal como dijo esta paciente, ella ya sabe, lo que busca es que con eso que ella sabe, pueda dialogar, teniendo un lugar, que se le otorgue un lugar, a través de un diálogo que convoca desde la locura, del cual es muy difícil poder ser parte, dando un lugar diferente al de enfermo psiquiátrico, lugar que la cristaliza e invalida, cuestión de la que se aqueja, reinventando constantemente, diversas formas de poder hacerse un lugar diferente.

El delirio quiere hacerse oír, y también quiere que le hablen. Como refiere Leibson (2013), no se trata de dialogar con la certeza, con ese saber, sino de hacerla entrar en la conversación, en la movilidad de un diálogo, aunque sea un diálogo de locos.

Uno de los puntos complejos de acompañar en este lugar de codelirante, es específicamente el poder delimitar, preguntarnos si es necesario confrontar y el cómo hacerlo. Pareciera que la confrontación va más bien del lado de dialogar con eso, pero no cuestionar directamente eso que sabe en el decir de un paciente, sino el poder movilizar eso que entra en una conversación, que pueda vacilar, y así relativizar eso que se vuelve tan avasallador.

Ahí la apuesta del equipo, escuchando fuimos viendo cómo alojar en él la necesidad de una internación, dada la angustia en la que se encontraba, lo que a los ojos del psiquiatra aparecía como “manipulación” ya que a él no le había contado nada de este delirio, y que a sus ojos, ningún psicótico podía ser tan estratégico en relación a con quienes abrirse. Es en ese punto en donde me hizo pensar mucho lo trabajado por Lacan sobre la asamblea parlante, particularmente la línea de que es un decir que no se abre indistintamente, debemos hacernos merecedores, acompañantes de esto. Entramado complejo a seguir reflexionando, más aún cuando siguen primando intervenciones con la lectura clínica de  “es una idea en tu cabeza”.

Referencias
Allouch J. (1986): Ustedes están al corriente hay una transferencia psicótica. En Revista litoral 7/8. Edelp. Argentina.
Leibson L., Lutzky J. (2013). Maldecir la psicosis, transferencia, cuerpo y significante. Buenos Aires, Letra Viva

Lorena Álvarez Reyes


1 comentario:

  1. Lorena:
    Me parece que tu texto apunta a algo que da para pensar: ¿cuál es la función del acompañante terapéutico? ¿se delimita dicha función?
    Desde mi experiencia como acompañente, podría indicar que la función es acompañar y éste acompañar, como indicas, implica muchas veces ser parte, ofrecerse a la locura, al delirio, a la escucha de un decir. Otras veces el acompañente ayuda, acompaña, da lugar a que el sujeto en cuestión sea escuchado por otros discursos, como bien lo relatas respecto de tu experiencia. Respecto de la delimitación de dicha función, me parece que como muy bien tu apuntas, no la hay. No hay un límite específico para los acompañamientos, tal vez lo haya para cada acompañamiento y en éste sentido cada caso será pensado en su singularidad. El límite entre el acompañante y el analista muchas veces no es claro, según el caso, puede ser difuso y confuso. Pero creo que ambos ofrecen una escucha particular al discurso (por supuesto, en tanto se trate de un acompañamiento dirigido a ésto, a escuchar). Así, podríamos decir que el acompañante ofrece una oreja más. Pone el cuerpo ahí donde las palabras se pierden como consecuencia de diagnósticos, de borramientos que no permiten escuchar que tal vez en ése delirio se aloja una verdad.

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